Enfant écrivant (Henriette Brown, c.1870) |
Decía Linda Nochlin en su artículo ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? (1971) que, más que buscar talentos femeninos ocultos que estuvieran a la altura de Miguel Ángel o Rembrandt, debíamos aceptar que las circunstancias sociales y políticas de nuestra historia han asfixiado las aspiraciones creativas y el libre desarrollo intelectual de la mujer. Con honrosas excepciones, Nochlin apuntaba que ''el milagro es, de hecho, dadas las abrumadoras desventajas a las que se enfrentan las mujeres o los negros, que tantos miembros de ambos colectivos hayan logrado destacar en ámbitos tan claramente dominados por lo masculino y lo blanco (...)''.
Y, a pesar de lo que hemos avanzado en el último siglo, esta máxima puede aplicarse también al campo de la literatura universal. Es por ello que en España se celebra, desde 2016, el Día de las Escritoras, una fecha de conmemoración y difusión del trabajo de grandes autoras, especialmente en lengua española, que habían quedado relegadas a un segundo puesto por detrás de sus compañeros varones. El día elegido es el lunes siguiente al 15 de octubre, onomástica de una de las escritoras celebras, Santa Teresa de Jesús. Este año, la fiesta será el 16 de octubre.
Cuando las mujeres comienzan a escribir, no lo tienen nada fácil. A pesar de que muchos intelectuales de la Ilustración, como el filósofo François Poullain de la Barre, abogan por la educación de las jóvenes y su acceso a la cultura, esta está limitada a los libros religiosos y moralizantes. Debido al pensamiento tradicional de que es el hombre el que sostiene a la familia, pero es la mujer la que mantiene su honor, el hecho de que un nombre femenino aparezca en las estanterías de una biblioteca es una completa deshonra para su apellido. Ninguna mujer puede publicar nada considerado ''peligroso'' y muchas de ellas eligen un seudónimo masculino para poder escribir libremente.
Jane Austen, por ejemplo, escribía en papeles de pequeño tamaño fáciles de esconder en caso de que algún familiar entrara en la estancia en la que ella se encontraba. Louisa May Alcott comenzó redactando cuentos desde muy joven. Sin embargo, no alcanzó la fama hasta la publicación de su novela más célebre, Mujercitas (1868), obra que vio la luz cuando Louisa tuvo que meterse en el papel de hombre de la casa para sacar de la pobreza a su familia, pues su padre no era capaz de hacerlo. Eso sí, pagó un peaje casi obligado para las mujeres escritoras de entonces: jamás se casó.
Sogni (Vittorio Matteo Corcos, 1896) |
Sin embargo, y a pesar de lo que pueda parecer, no había nada subversivo o fuera de lugar en sus escritos. Aunque es cierto que Louisa publicó algunas obras en las que hacía referencia a temas peliagudos, como el incesto o el adulterio, fueron los hombres los que se convirtieron en portavoces contra las injusticias y las penurias que sufrían las mujeres por entonces. Daniel Defoe, con Moll Flanders (1722), y el abad Prévost, con Manon Lescaut (1731), entre otros, denunciaron el calvario al que eran sometidas las muchachas sin recursos.
Con el tiempo, la producción literaria de la mujer fue ampliándose y haciéndose más variada. Las escritoras comienzan a introducirse en la dramaturgia, la poesía e incluso el periodismo. La misión de fomentar su obra recae en los salones literarios, que en España no tienen gran relevancia. Sin embargo, en Francia, Italia y Suiza dejan una profunda huella en el panorama cultural. Como muestra, un botón: en el salón de los suizos Necker comienza a participar la hija del matrimonio, la pequeña Germaine. Si su nombre no nos dice nada, hay que esperar al que adopta cuando se convierte en una importantísima escritora e impulsora de las letras francesas: Madame de Stäel.
No hay que olvidar el destacado papel literario del género epistolar. A través de la correspondencia privada se han podido conservar algunos textos escritos por mujeres que se habrían perdido de cualquier otro modo. Además, en España, debido a la enorme importancia del clero en la intelectualidad de la época, algunas religiosas tuvieron la oportunidad de publicar sus obras y poemas. Entre ellas, las más célebres son Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz, a quienes se rinde homenaje en esta fiesta de las mujeres escritoras.
Rosa Chacel, Emilia Pardo Bazán, Ana María Matute, Concepción Arenal, Rosalía
de Castro y Gabriela Mistral son otros nombres, verdaderos ejemplos de la mejor literatura en castellano (además del vasco, el catalán y el gallego, que también se ven representados en este día), que han marcado un antes y un después en las letras españolas y latinoamericanas y se han situado al mismo nivel que sus compañeros de profesión. Su excepcional obra inspiró en su día a las escritoras que las sucedieron, de igual manera que será un ejemplo excepcional para aquellas que todavía están por venir.
Finalizamos con una feliz y coincidente efeméride: Jane Eyre (1847), de Charlotte Brönte, fue publicada por primera vez un día 16 de octubre, hace ya ciento setenta años.
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