Todo
aquel que me conoce sabe que, sin llegar a extremos de frikismo, me
encantan los cómics. Novela gráfica principalmente, aunque no soy
una purista. Además, disfruto con el cine de animación como una
enana más. Uno
de los últimos autores que he leído con ahínco ha sido Seth, autor
canadiense que os recomiendo,
persona que disfruta con la búsqueda de autores gloriosos en el
pasado y desconocidos en la actualidad. Así
fue como llegué a Helen E. Hokinson, dibujante que sin publicar libros, se convirtió en una de las plumas más interesantes del segundo cuarto de siglo XX.
Su
nombre completo era Helen Elna Hokinson, hija de una humilde familia
de Mendota, en el estado norteamericano de Illinois, nació el 29 de
junio de 1893. Tras realizar sus estudios en la Academy of Fine
Arts, pronto se inició en el mundo de la ilustración
como freelance en Chicago, donde trabajó para
empresas como Marshall Fields. En la década de los felices
años veinte decide cambiar de aires y recae en la Gran Manzana,
Nueva York, donde comenzará su período más interesante: su trabajo
para The New Yorker.
En 1925
aparece por primera vez en la revista, contando con una sección
propia titulada My Best Girls. Junto con
James Thurber y Brendan Gill, pide a la revista viabilidad para
publicar sus dibujos, ya presentes en ella. La dirección accede. Es
más, realizaría más de 68 portadas y 1.800 dibujos para la revista
en sus veinte años de trabajo para la misma. Como todo
acaba, su vida tuvo un trágico desenlace: murió en
accidente aéreo el 1 de noviembre de 1949.
Como
vemos, otra mujer perdida en la historia y que, sin embargo, méritos
hizo para permanecer en el recuerdo. También ocurre con el sector
masculino, aunque se ha de reconocer que la herida es más leve.
Habrá que seguir cosiéndola para que resulte menor el agravio.
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